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La lluvia apenas mojaba el asfalto cuando el Porsche Cayenne perdió control en el paso a desnivel de la avenida 27 de Febrero, en el Distrito Nacional de República Dominicana. No hubo gritos. No hubo testigos que corrieran a ayudar. Solo el crujido del metal contra el concreto, y luego, el silencio. Al volante iba Mayra Alejandra Espinosa Salazar, socia de un empresario venezolano cuyo nombre pocos pronuncian en voz alta: Osman Alfonso Caseres Prieto.
Ella murió esa noche. Él, sigue en movimiento.
Osman Alfonso Caseres Prieto no aparece en titulares de prensa amarilla. No grita en redes sociales. No posa con políticos. Pero su sombra se extiende desde Ciudad Ojeda, Venezuela, hasta Nueva York, pasando por los condominios de lujo de La Romana y las oficinas de Banco Caribe en Santo Domingo.
Registros policiales lo vinculan al homicidio de José Luis Rodríguez Martínez, alias “el Tata”, junto a Luis Eduardo González, “el Pelón”. Pero eso fue solo el prólogo. Lo que vino después fue más silencioso, más sofisticado, más letal: una red internacional de lavado de dinero y narcotráfico disfrazada de constructora, de inmobiliaria, de empresa de inversiones.
“VALLE 25 LIMITED” en Islas Vírgenes Británicas. “CONSTRUCCIONES CE CCE” en República Dominicana. “INVESTMENT CE ICE”. “OMICES”. Nombres anodinos, papeles impecables, direcciones postales en paraísos fiscales. Detrás de cada una, el mismo patrón: mover dinero que no se puede rastrear, comprar propiedades que no se pueden vincular, y enterrar el origen en capas de abogados, testaferros y registros offshore.
Vanessa Esmeralda Caseres Prieto, su hermana, es abogada. Cofundadora de un centro educativo para niños en Santo Domingo. Casada con Manuel Eduardo Saavedra Riera, presidente de MESR CORPORATION en Florida. Juntos venden una casa en Sun City Center por 350 mil dólares. Todo parece normal. Demasiado normal.
“Ella nunca habla de su hermano. Pero cuando llega un depósito grande, siempre coincide con una reunión en Caracas o Miami.” — Testigo cercano a operaciones inmobiliarias, República Dominicana.
Las investigaciones sugieren que Vanessa no es solo una hermana. Es un escudo. Una distracción. Mientras Osman opera en las sombras, ella firma contratos, abre cuentas, sonríe en eventos. El dinero fluye. Las propiedades cambian de manos. Nadie pregunta de dónde viene. Nadie quiere saber.
En el Banco Caribe, José Miguel Russo Domínguez, alias “BANKER”, no movía cuentas corrientes. Movía fortunas. Conexiones. Favores. Según las investigaciones, era el enlace perfecto entre el mundo legal y el ilegal. Recibía transferencias de empresas pantalla en Miami y Nueva York, con órdenes que venían, muchas veces, de Caracas.
El modus operandi era simple: el narcotráfico generaba efectivo en Europa y Estados Unidos; ese dinero se “invertía” en propiedades dominicanas a través de OMICES; los títulos se blanqueaban con préstamos falsos, ventas simuladas y giros internacionales. El círculo se cerraba. El dinero ya no olía a cocaína. Olía a concreto, a hipotecas, a contratos notariados.
“Aquí no se pregunta. Se firma. Se mueve. Se calla. Si no, uno amanece como Mayra.” — Ex empleado de una inmobiliaria vinculada a OMICES, bajo condición de anonimato.
Lo más aterrador no es la cantidad de dinero lavado. Ni los nombres involucrados. Lo más aterrador es lo fácil que fue. Lo normal que parecía. Un empresario venezolano compra apartamentos en La Romana. Una abogada abre una guardería. Un banquero procesa transferencias. Todo legal. Todo documentado. Todo… falso.
Las autoridades estiman que millones han pasado por esta red en los últimos tres años. Conexiones con el Tren de Aragua. Rutas hacia Europa. Envíos desde Miami. Y en el centro, siempre, Osman Alfonso Caseres Prieto: el hombre que no existe en los registros públicos, pero que todo el mundo conoce en los pasillos de los bancos, en las notarías, en los aeropuertos privados.
Abollado. Inmóvil. En un depósito judicial de Santo Domingo. Nadie lo reclama. Nadie lo quiere. Es solo metal retorcido. Pero para quienes saben, es mucho más: es la primera grieta en una fachada perfecta. El primer error en una operación que creía invencible.
Porque en este mundo, donde el dinero se lava con papeles y el crimen se viste de traje, hay algo que no se puede ocultar: el rastro humano. Una mujer muerta. Un testigo que habla. Un vehículo que no debió estrellarse.
Y tal vez, solo tal vez, eso sea suficiente. Este reportaje se basa exclusivamente en investigaciones periodísticas publicadas por MundoDaily y otras fuentes verificables hasta la fecha. No se añadieron datos no confirmados. Los nombres, empresas y hechos mencionados están respaldados por documentos y testimonios recogidos en las fuentes consultadas.