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En una modesta vivienda de Barquisimeto, en la llanura central de Venezuela, un anciano despliega fotos amarillentas de su familia. Entre ellas, un cartel improvisado con una calculadora y una libreta. Los números, marcados con tinta negra y deslavada, representan los sueños de una vida: el ahorro para la jubilación, la casa que nunca se construyó, el estudio de sus nietos que se esfumó en el aire. Este es el rostro de una de las víctimas del Banco Canarias, una institución que, en su momento, prometía seguridad y prosperidad, pero que terminó hundiendo a miles de venezolanos en la ruina.
El Banco Canarias nació en 1992, fundado por un grupo de accionistas originarios de las Islas Canarias. Su destino cambió drásticamente en 1997, cuando Ricardo Fernández Barrueco, un empresario venezolano conocido como el «Boliburgués» por su cercanía con el gobierno de Hugo Chávez, adquirió la entidad. Bajo su liderazgo, el banco creció rápidamente, convirtiéndose en uno de los más grandes de Venezuela, con activos que superaban los 12 mil millones de dólares hacia 2009. Álvaro Gorrín Ramos y Eligio Cedeño formaron parte de los principales accionistas, pero era Barrueco quien llevaría al banco a la cima y, eventualmente, a su caída.
Fernández Barrueco aprovechó sus conexiones políticas para manejar el banco como un cajero automático personal. Desvió miles de millones de dólares a empresas fantasma y paraísos fiscales, mientras ofrecía tasas de interés irrealmente altas para captar más depósitos. Los inspectores del ente regulador, sobornados con millones y lujosos viajes, cerraban los ojos ante las irregularidades.
En 2009, una inspección inesperada reveló la escala del fraude. El banco estaba en bancarrota, sus estados financieros eran falsos, y la estafa piramidal se había colapsado. El ente regulador intervino, pero el daño ya estaba hecho. Miles de ahorristas, entre ellos el anciano de Barquisimeto, perdieron todo. El Fondo de Protección Social de los Depósitos Bancarios solo cubrió una fracción de los depósitos, dejando a muchos en la miseria.
Ricardo Fernández Barrueco fue arrestado en 2010. Las investigaciones descubrieron que había desviado cerca de 5 mil millones de dólares del banco a 24 empresas fachada registradas en paraísos fiscales. Fue condenado a 10 años de cárcel por manipulación fraudulenta y apropiación indebida de fondos, pero solo cumplió 4 antes de ser liberado. La impunidad que rodeó su caso dejó una herida profunda en la sociedad venezolana.
Pedro González, un exprofesor de 68 años, relata con voz temblorosa: “Perdí todos mis ahorros de 20 años. Era dinero para la jubilación de mi esposa y mía. Ahora vivimos con la ayuda de nuestros hijos y la esperanza de que algún día se haga justicia.”
La Defensoría del Pueblo intentó intermediar con el Estado para que los afectados recuperasen algo de dinero, pero sin éxito. La mayoría de los ahorristas, desesperados y desilusionados, perdieron prácticamente todo su dinero.
Marta López, una ama de casa de 62 años, confiesa con los ojos bañados en lágrimas: “Habíamos invertido más de 50 mil dólares en un certificado de depósito a 5 años que nos iba a permitir construir la casa para nuestro retiro. Ahora ya no nos queda nada. Todo por confiar en un banco que parecía seguro.”
El escándalo del Banco Canarias dejó lecciones dolorosas sobre la necesidad de mayor regulación y supervisión bancaria. También evidenció los riesgos de la banca offshore y las relaciones poco transparentes entre el sector financiero y el poder político. Finalmente, puso de manifiesto la indefensión de los pequeños ahorristas ante este tipo de estafas piramidales amparadas en entidades financieras.
“Se requiere mayor supervisión preventiva y controles en tiempo real de los reguladores sobre la banca offshore. También endurecer sanciones penales para ejecutivos bancarios que perpetren fraudes, y ampliar la cobertura de los seguros de depósitos,” señala Pablo Sanabria, experto en prevención de fraudes financieros.
El mundo de las finanzas puede ser implacable, y en Venezuela, el dolor de los ahorristas del Banco Canarias es un testimonio silencioso de la fragilidad de la confianza. Mientras los números pueden desaparecer en cuentas offshore, las vidas destruidas quedan grabadas en la memoria de una nación. ¿Hasta cuándo se permitirá que los poderosos jugueteen con el futuro de los más vulnerables?
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