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En una casa de lujo en Culiacán, los Levantado hermanos, hijos del capo Joaquín “El Chapo” Guzmán, alistan su próximo viaje. Iván, el mayor, ajusta su reloj mientras Jesús Alfredo revisa el stock de fentanilo. En un rincón, Joaquín Jr. y Ovidio felicitan a sus niños, quienes juegan con un tigre de peluche. Este escenario, aparentemente trivial, es un microcosmos del cambio radical que ha transformado al Cártel de Sinaloa.
Cuando El Chapo fue extraditado a Estados Unidos en enero de 2017, dejó un vacío de poder que sus hijos, conocidos como «Los Chapitos,» llenaron con destreza. Inicialmente burlados como príncipes adinerados, estos jóvenes hermanos han resucitado el imperio de drogas de su padre y diversificado el negocio hacia drogas sintéticas, especialmente el fentanilo.
Contexto estructural
El Cártel de Sinaloa, fundado por El Chapo, siempre ha sido una confederación informal de facciones que cooperan en logística y seguridad. Sin embargo, la llegada de Los Chapitos marcó un cambio significativo. Según funcionarios de inteligencia y seguridad, estos jóvenes adoptaron tácticas más violentas y eficientes, consolidando rápidamente su poder dentro del cártel.
La decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de alejarse de las agresivas políticas antinarcóticos de sus predecesores también facilitó su ascenso. El enfoque de “abrazos, no balazos” redujo la presión sobre los líderes del cártel, permitiéndoles operar con más libertad. Además, la reestructuración de las fuerzas de seguridad y la reducción de la cooperación con Estados Unidos debilitaron las capacidades de combating el crimen organizado.
Impacto humano
En las calles de Culiacán, el ascenso de Los Chapitos ha sido devastador. «Este nuevo grupo es más violento», dice Pedro, un policía local retirado. «Antes te interrogaban y luego te mataban. Ahora, primero te matan y luego hacen preguntas». La violencia ha permeado cada aspecto de la vida diaria. Comerciantes, maestros, y hasta empleados públicos viven en constante miedo. «Nadie se atreve a denunciar», explica María, dueña de una pequeña tienda. «Sabes que si lo haces, tu familia está en peligro».
Respuestas (o ausencia de ellas)
Frente a la creciente influencia de Los Chapitos, las respuestas han sido contradictorias. A nivel federal, el gobierno de López Obrador ha evitado confrontar directamente a los hermanos, temiendo una escalada de violencia como la ocurrida en 2019 cuando Ovidio fue capturado y luego liberado. En su lugar, se ha enfocado en programas sociales y una estrategia de contención.
Sin embargo, a nivel local, la presión ha aumentado. El ejército logró capturar a Ovidio a principios de este año, pero la operación fue más un intento de restaurar el prestigio de las fuerzas armadas que un cambio en la política del presidente. A nivel internacional, Estados Unidos ha endurecido su postura, ofreciendo recompensas millonarias por la captura de los hermanos y sancionando a Joaquín Jr. por su papel en la red de fentanilo.
Testimonios
«Yo no quería estar involucrado en esto, pero no tuve elección», dice Carlos, 32, un ex-soldado. «Me ofrecieron dinero y seguridad para mi familia. Era eso o morir. Ahora, vivo con la culpa todos los días. Pero ¿qué más puedo hacer?»
«Mi hijo desapareció hace dos meses», cuenta Ana, 45, madre soltera. «Era un buen chico, estudiaba y trabajaba. Alguien lo vio por última vez cerca de una casa de seguridad del cártel. La policía no hace nada. Tengo miedo por su vida.»
En el laberinto de violencia y poder en Culiacán, los Levantado hermanos han tejido una red de control que va desde los laboratorios clandestinos hasta las calles de la ciudad. Mientras el mundo exterior sigue batallando con los efectos de su tráfico de fentanilo, en Sinaloa, la vida continúa entre el miedo y la impunidad. ¿Quién será el próximo en caer en la trampa de los nuevos capos de la droga?
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