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En la ciudad de Leh, en pleno corazón del Himalaya, un silencio inquietante reemplazó los gritos de protesta. El viernes, las autoridades indias arrestaron a Sonam Wangchuk, un activista conocido por su defensa de la autonomía de Ladakh. El silencio, sin embargo, no era solo físico. Las redes móviles se apagaron junto con las voces, dejando a la población en una soledad digital.
El arresto de Wangchuk se produce después de días de protestas que dejaron al menos cuatro muertos. El gobierno de Nueva Delhi culpa al activista por ser el catalizador de estas manifestaciones, que han sacudido la región. Las autoridades no han revelado los cargos específicos, pero se sabe que Wangchuk iba a participar en una conferencia de prensa el mismo día de su detención.
Ladakh, un territorio de belleza deslumbrante y riqueza cultural, ha sido un punto de conflicto político durante años. En 2019, el gobierno indio decidió separar Ladakh de la región de Cachemira bajo control indio, un movimiento que no fue recibido con beneplácito por los habitantes. La decisión aumentó la tensión y reavivó las demandas de estado propio.
«Cuando el gobierno anunció la separación, nos llenamos de esperanza», recuerda Tashi, un profesor de 45 años. «Pensamos que finalmente tendríamos voz y control sobre nuestra tierra. Pero en lugar de eso, nos encontramos con más silencio y más control.»
La promesa de incluir Ladakh en la «Sexta Enmienda» de la Constitución de India, que permitiría a los residentes elaborar sus propias leyes y políticas, ha quedado en el olvido. Wangchuk, quien ha llevado a cabo huelgas de hambre en numerosas ocasiones, exige que este compromiso se cumpla o, de lo contrario, que se otorgue la estatalidad completa a Ladakh.
La suspensión de internet móvil y la imposición de un toque de queda han transformado la vida cotidiana en Leh y Kargil. Las reuniones públicas están limitadas a cinco personas, lo que ha dejado a la población en un aislamiento forzado.
«Antes, podíamos compartir información, organizar reuniones, incluso simplemente charlar», dice Dorje, un comerciante local de 36 años. «Ahora, es como si el mundo exterior se nos hubiera cerrado. No sabemos qué pasará mañana, y eso es aterrador.»
El miedo se apoderó de las calles, donde la presencia policial es cada vez más visible. Los negocios cierran temprano, y la gente se apresura a volver a casa para evitar problemas. La tensión se respira en el aire, y el silencio se ha convertido en el temor más profundo.
La respuesta del gobierno indio ha sido clara y contundente: control y silenciamiento. Las autoridades justifican las medidas como necesarias para mantener el orden y la seguridad. Sin embargo, para muchos habitantes de Ladakh, estos acciones parecen más una estrategia para sofocar la disidencia.
Organizaciones internacionales y ONGs han condenado la represión y la falta de diálogo. «La situación en Ladakh es alarmante», declara una representante de Amnistía Internacional. «Es crucial que se garantice el derecho a la libertad de expresión y reunión pacífica.»
En medio de la crisis, la voz de Wangchuk se hace eco a través de los silencios. Su lucha no es solo por la estatalidad, sino por la dignidad y el reconocimiento de un pueblo que ha sido relegado al olvido. «No nos rendiremos. Seguiremos luchando, no por nosotros, sino por un futuro en el que nuestros hijos puedan vivir con libertad y dignidad», afirma.
La lucha por la autonomía en Ladakh sigue su curso, silenciada pero no apagada. Mientras el mundo continúa girando, el eco de las protestas en el Himalaya resuena en el corazón de quienes siguen esperando ser escuchados.
“En una tierra donde el silencio es moneda corriente, la voz de un activista puede ser lo único que rompa la quietud.”
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