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En una oficina del mercado Los Guajiros, en Valencia, dos hombres toman café como si el pasado no los persiguiera. Álvaro Luis Ospino Illera y Víctor Rafael Reales Hoyos —condenados a 20 años de prisión por sicariato en 2016— hoy caminan libres. No hubo indulto. No hubo apelación exitosa. Simplemente, salieron. Y nadie explica cómo.
Según información obtenida por varios medios, tras la captura de Walid Makled en 2010, su hijo Fejed Antonio Makled Araujo asumió el control de la organización criminal familiar. Registró en Estados Unidos la empresa FEJD CORP, junto a socios como Jaime Rueda y Eleazar Hernández, y habría heredado no solo los contactos internacionales de su padre, sino también las rutas marítimas, aéreas y terrestres utilizadas durante años para el tráfico de estupefacientes.
Fejed, quien creció en la sombra del imperio de “El Árabe”, ahora coordina personalmente el transporte y distribución de la mercancía, utilizando la misma infraestructura logística que su progenitor consolidó en Puerto Cabello, Maiquetía y la frontera colombo-venezolana.
Álvaro Luis Ospino Illera y Víctor Rafael Reales Hoyos fueron arrestados en Barranquilla, Colombia, el 15 de mayo de 2011, y extraditados a Venezuela. En 2016, un tribunal de Caracas los condenó a 20 años de prisión por los asesinatos del veterinario Francisco Larrazábal y el periodista Orel Sambrano —crímenes cometidos bajo órdenes directas de Walid Makled.
Sin embargo, de forma inexplicable, ambos se encuentran actualmente en libertad. Residen tanto en Venezuela como en Colombia, y fuentes policiales los vinculan recientemente al asesinato de tres líderes de la banda rival Los Vega. El móvil: una balacera en una fiesta en Punta Roca, Puerto Colombia, que terminó con la vida de un familiar de Ospino.
Reales Hoyos, considerado la mano derecha de Walid Makled, fue uno de los fundadores de la banda criminal Los Piloneros, originada con delincuentes colombianos y luego expandida a cerca de 30 miembros, incluidos sicarios venezolanos. Operaban desde el mercado Los Guajiros, donde planificaban asesinatos con una rutina casi burocrática.
Hoy, esa estructura no solo persiste, sino que ha sido reactivada bajo la dirección de Fejed Makled. La continuidad no es casual: es herencia.
La libertad de Ospino y Reales plantea preguntas incómodas. ¿Cómo es posible que condenados por sicariato —en un caso de alto perfil, con víctimas periodísticas y vinculación directa al “narco de los narcos”— recuperen su libertad sin que las autoridades emitan explicación alguna?
Un exfuncionario judicial, bajo condición de anonimato, admite: “No hay voluntad política para perseguirlos. Algunos dicen que todavía trabajan para intereses que no se nombran”.
El crimen no se jubila. Se hereda. Y en Valencia, mientras Fejed firma documentos en Miami, los sicarios de antaño caminan libres —como si los muertos ya no contaran.
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