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El Silencio del Norte: El Testigo Silencioso de las Pruebas
Seúl, Corea del Sur. La noche cae en esta ciudad vibrante, donde las luces de los rascacielos se reflejan en el río Han. A unos cientos de kilómetros al norte, en una región desértica y secreta, los motores rugen y un silencio extraño se apodera del lugar. Corea del Norte ha lanzado de nuevo, esta vez dos proyectiles hipersónicos con una precisión escalofriante.
El martes, la Agencia Central de Noticias de Corea del Norte confirmó que los misiles, lanzados desde el sur de la capital, Pyongyang, impactaron con exactitud en un blanco terrestre en el norte del país. La Corea del Sur, preparada para este tipo de situaciones, detectó los lanzamientos y calculó que los proyectiles volaron cerca de 350 kilómetros antes de aterrizar en tierra.
Los misiles hipersónicos, capaces de superar cinco veces la velocidad del sonido, representan una amenaza que no deja de crecer. La intención de Corea del Norte es clara: seguir fortaleciendo su capacidad nuclear y evadir los sistemas de defensa de Corea del Sur. La velocidad y maniobrabilidad de estos armamentos son diseñadas para eludir cualquier barrera.
Pero detrás de la retórica oficial y los datos técnicos, hay historias humanas que se entrelazan con esta frialdad militar. Como la de Seo Min-ji, de 28 años, una periodista de Seúl que no puede evitar pensar en sus parientes en el norte.
«El miedo es algo constante, ¿saben? —dice Seo, con un tono de resignación—. Cada vez que escucho las noticias sobre los lanzamientos, me pregunto si mi tío, mi prima, están bien. Es un pensamiento inquietante, siempre presente.»
La respuesta de los líderes mundiales no se hace esperar. En unas semanas, el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping asistirán a la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico en Seúl. Este evento, lleno de promesas y aspiraciones, se ve ensombrecido por las pruebas de Corea del Norte.
«Y es que, en el fondo, todos lo sabemos —reflexiona Kim Jung-ho, un activista de derechos humanos de 45 años—. Los líderes vendrán, hablarán, pero mientras, el norte sigue adelante con sus pruebas. La pregunta es: ¿cuándo dejará de ser un tema de negociaciones y se convertirá en una crisis real?»
La verdad es que las pruebas de Corea del Norte no son un acto aislado. Forman parte de un plan más amplio que busca consolidar su estatus como potencia nuclear. Los desfiles militares, como el reciente del 10 de octubre en Pyongyang, no hacen más que reforzar esta imagen. En ellos, Kim Jong Un mostró nuevos sistemas de armas, incluyendo un misil balístico intercontinental que se describe como su mayor recurso nuclear.
Este aceleramiento en las pruebas ha ocurrido desde que las conversaciones nucleares con Estados Unidos colapsaron en 2019. Las sanciones económicas impuestas por Occidente, que supuestamente buscaban desincentivar el desarrollo de armas nucleares, parecen haber tenido el efecto contrario.
La llegada del presidente liberal Lee Jae Myung a la presidencia de Corea del Sur en junio, con su promesa de restaurar la paz en la península, no ha cambiado la postura de Kim. Hasta ahora, las ofertas de diálogo han sido rechazadas, y la retórica sigue siendo tajante.
«La gente aquí está cansada, sinceramente —comenta Park Eun-jung, una estudiante de 20 años de Seúl—. Queremos paz, claro, pero también tenemos que entender que no todo está en nuestras manos. Los norteños tienen sus propias razones y nosotros las nuestras.»
En el contexto regional, estas pruebas no son solo una cuestión de poder y tecnología. Son una manifestación de un desequilibrio político y social que se ha arrastrado por décadas. Mientras los líderes discuten en foros internacionales, la vida cotidiana en la península sigue su curso, marcada por la incertidumbre.
La verdad detrás de la noticia es que, mientras los misiles despiertan el temor y la preocupación, también reflejan las tensiones y divisiones que perduran. En cada lanzamiento, hay vidas que se ven afectadas, sueños truncados y realidades difíciles de aceptar. Pero, al final, lo que queda es la esperanza de que algún día, la península coreana pueda encontrar la paz que tanto anhela.
¿Y si la verdadera batalla no es entre naciones, sino entre el miedo y la esperanza?
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