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En una calurosa tarde de octubre en Teherán, la capital iraní, dos mujeres se detienen frente a una tienda. Una lleva el velo, el otro no. Examinan artículos, charlan y, por un momento, parecen olvidar las sombras que se cierne sobre ellas. Este escenario, que en muchos países sería simple cotidianidad, en Irán se ha convertido en un acto de resistencia civil.
El velo, un emblema de la República Islámica desde 1979, se ha transformado en el epicentro de una batalla cultural y social. Los conservadores, encabezados por figuras como Ruholá Momen-Nasab, director del Centro de Ordenar el Bien y Prohibir el Mal de Teherán, exigen un retorno al estricto código de vestimenta islámico. Momen-Nasab ha anunciado la creación de un «centro de control del velo» y planea desplegar a 80.000 voluntarios para promover «la disciplina social y los valores religiosos». La mera posibilidad de esta acción ha provocado fuertes críticas entre los reformistas.
«¿No se cansan? Solo háganles entender a esa tropa de 80.000 en Teherán que no ejerzan violencia y que no alteren a la sociedad», dijo en X el abogado y profesor de la Universidad de Teherán, Mohsen Borhani. La tensión es palpable, y las mujeres se encuentran en el ojo del huracán.
Yasmin, una joven de 25 años, diseñadora gráfica en Teherán, comparte su visión: «Saben, cada día que salgo sin velo me siento más libre. Es una pequeña victoria, pero es mía. No me siento menos musulmana por eso. Estoy cansada de que me digan cómo debo vestirme.»
En las calles de Teherán, el clima ha cambiado. Desde finales de 2024, el Gobierno del presidente reformista Masud Pezeshkian dejó de aplicar las leyes que castigan la falta de uso del velo. La relajación de las normas ha permitido a muchas mujeres expresarse sin miedo, al menos momentáneamente. Faldas, melenas al aire y camisetas de tirantes son cada vez más comunes, convirtiéndose en un desafío silencioso pero firme al statu quo.
Pero la batalla no ha terminado. El fiscal general del condado de Ardestán en la provincia de Isfahán, Mohammad Hatami-Kia, ha llamado a emular el modelo de control del velo con patrullas de policías y basijis. «El Código Penal iraní castiga la falta de uso del velo con penas de hasta dos meses de prisión, hasta 74 latigazos y multas económicas. Estas penas no se están aplicando ahora, pero no significa que vayamos a permitir la desobediencia civil,» declaró Hatami-Kia.
Fatemeh Mohammadi Beigi, parlamentaria, ha criticado abiertamente la «desnudez» que se vive en las calles del país, calificándola de «exhibición de cuerpos». Por su parte, el clérigo de los viernes de Teherán, Mostafa Hashemi, ha afirmado desde el púlpito que «el hiyab es una obligación divina, no personal» y que «su falta de uso conduce a daños morales y sociales».
Ante esta oleada de críticas, los reformistas han defendido la falta de castigos ante el desuso del velo, apelando a las libertades individuales. Fatemeh Mohajerani, portavoz del Gobierno, reconoció en una rueda de prensa que «hay quejas por ‘exhibicionismo’ femenino, pero ¿qué podemos hacer para garantizar que no se ignoren las libertades individuales?» Mohajerani aludió a un tema casi inaudito en la República Islámica: la libertad de no llevar velo.
La verdad es que, en un país donde la religión y el estado están estrechamente vinculados, la batalla por el velo va más allá de la vestimenta. Es una lucha por la identidad, la libertad y el papel de la mujer en la sociedad. Aunque el Gobierno de Pezeshkian no parece tener intención de dar marcha atrás y ha anunciado que no destinará fondos del presupuesto nacional a la Policía de la moral, la resistencia conservadora es firme.
La muerte de Mahsa Amini el 16 de septiembre de 2022, bajo custodia policial tras ser detenida por no llevar bien puesto el hiyab, provocó fuertes protestas que perduran hasta hoy. Su caso es el símbolo de una generación que no está dispuesta a retroceder.
«Espero que algún día no tengamos que explicar por qué no usamos velo. Simplemente será una opción personal, como lo es para cualquier mujer en el mundo,» dice Lila, estudiante de 22 años, mientras camina por las concurridas calles de Teherán.
Pero mientras tanto, la pregunta queda en el aire: ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la República Islámica para imponer su visión de la moral y la religión? Y más importante aún, ¿hasta dónde están dispuestas a resistir las mujeres de Teherán?
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