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La capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor, siempre ha sido un lugar sagrado. Los estandartes de la Orden de la Jarretera ondeaban con orgullo, testigos silenciosos de la historia de la monarquía británica. Pero esta semana, algo cambió. El estandarte del duque de York fue retirado discretamente. Una señal clara: el príncipe Andrés está en caída libre y la casa real británica ha decidido tomar cartas en el asunto.
Era un paso más en la expulsión lenta y casi sigilosa de Andrés del complejo real. El entorno del rey Carlos III y el propio príncipe han entrado en conversaciones para que abandone definitivamente la mansión que ocupa en el Royal Lodge, una residencia de 30 habitaciones y 40.000 metros cuadrados, donde no paga renta. Según el contrato legal, Andrés tiene derecho a recibir una indemnización de más de 600.000 euros si decide irse.
Pero el escándalo político y público ha creado una presión insoportable. «Es cuestión de tiempo», comenta Roberto Hernández, político y analista político de 45 años, residente en Londres. «El príncipe Andrés es un peso muerto para la familia real. Si bien es un asunto privado, la opinión pública ya se ha pronunciado y no hay vuelta atrás.»
La verdad es que la situación de Andrés ha sido un quebradero de cabeza para Carlos III desde que asumió el trono. En el fondo, todos lo sabían: los escándalos relacionados con el multimillonario pedófilo Jeffrey Epstein habían saturado la paciencia del monarca y de su heredero, el príncipe Guillermo. La gota que colmó el vaso fue la publicación de las memorias póstumas de Virginia Giuffre, quien relató con todo detalle sus encuentros forzados con Andrés, cuando tenía apenas 17 años.
Giuffre describió al duque de York como alguien «consciente de sus privilegios» y que creía que «tener sexo con ella era su derecho de nacimiento». Su narración, conmovedora y detallada, ha dejado una herida profunda en la familia real y en la opinión pública.
El príncipe pagó en 2003 un millón de libras (alrededor de 1,15 millones de euros) por el alquiler del Royal Lodge hasta 2078, y 7,5 millones de libras (8,6 millones de euros) para las obras de rehabilitación. Sin embargo, desde entonces, no ha desembolsado ni una sola libra esterlina más por el uso de la vivienda. Esto, sumado a sus ingresos irregulares y a su pasada vida lujosa, ha generado múltiples cuestionamientos.
María González, periodista de investigación de 38 años, residente en Madrid, reflexiona sobre la situación: «Es un enigma cómo ha mantenido su tren de vida. Sus ingresos conocidos, como la pensión del ejército, apenas alcanzan los 23.000 euros anuales. No hay forma de entender cómo financiaba su lujosa vivienda en los Alpes suizos, por la que pagó cerca de 20 millones de euros.»
Desde 1978 a 2010, el palacio de Buckingham pagaba a Andrés alrededor de 285.000 euros anuales por sus tareas de representación oficial. Pero en 2011, el primer ministro conservador David Cameron cambió la ley. Desde entonces, Isabel II decidía cuánto le daba a su hijo, de manera privada y sin escrutinio público. Ahora, con Carlos III en el trono, las cosas han cambiado drásticamente.
El Gobierno laborista de Keir Starmer ha intentado mantenerse al margen, acogiéndose a la tradición parlamentaria según la cual los asuntos de la casa real se ventilan dentro de la casa real. Sin embargo, cada ministro consultado se mostraba más incómodo al hablar del tema, especialmente después de los recientes escándalos.
Algunos parlamentarios, como Robert Jenrick, portavoz de Justicia del Partido Conservador, han sido contundentes. «El príncipe Andrés debe renunciar a cualquier ingreso o privilegio público y buscarse la vida en el ámbito privado», declaró Jenrick sin vueltas. Aunque luego rectificó, la presión sigue latente.
La caída en desgracia de Andrés ha llevado a muchas empresas a dejar de tener tratos con él o buscar su patrocinio. Su situación financiera es ahora más compleja que nunca. «¿Dónde irán ahora el príncipe y su familia?», se pregunta María González. «La decisión del rey de dejar de financiar sus gastos los coloca en una situación muy delicada.»
En Latinoamérica, casos de desigualdad y privilegio también han conmocionado a la opinión pública. La truth es que, mientras unos viven en el lujo y otros luchan por sobrevivir, la justicia social sigue siendo un tema pendiente. Pero la caída del príncipe Andrés demuestra que, en ocasiones, hasta el más alto privilegio puede resquebrajarse bajo la luz de la verdad y la justicia.
El futuro del príncipe Andrés es incierto. Los Windsor, una familia que ha sabido navegar tormentas anteriores, enfrentan ahora un desafío que podría redefinir la monarquía británica en el siglo XXI. ¿Será suficiente la expulsión simbólica de Andrés para restaurar la imagen de la Corona, o solo es el comienzo de un cambio más profundo?
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