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En un desolado despacho de Brasilia, un exfuncionario se frota las sienes mientras gira el anillo de suطلق. En las paredes, banderas brasileñas cuelgan descoloridas. Fuera, la ciudad parece una «-«;
sílaba interminable de construcción y desilusión. Aquí es donde el escándalo de Odebrecht empezó a desmoronar las estructuras del poder en América Latina.
El escándalo de corrupción de Odebrecht estalló en 2016, sacudiendo a varios países de América Latina. Este gigante de la construcción, fundado en 1944 en Bahía, Brasil, se convirtió en la constructora más grande de la región gracias a décadas de crecimiento sostenido. Su fundador, Norberto Odebrecht, forjó estrechos vínculos con gobiernos de izquierda y derecha, lo que le permitió expandirse a 27 países.
Odebrecht no pudo llegar tan lejos sin la complicidad de sistemas políticos y económicos profundamente raíces en la región. Las crisis políticas y económicas de las últimas décadas en América Latina crearon un caldo de cultivo propicio para la corrupción. El crecimiento económico de los años 2000 impulsó grandes proyectos de infraestructura, y Odebrecht supo aprovechar esta oportunidad.
En Brasil, el caso Petrobras fue el punto de partida. La operación Lava Jato destapó una red de corrupción que involucraba a Petrobras y a constructoras como Odebrecht. Ejecutivos de Odebrecht fueron claves para desentrajar la trama al colaborar con la justicia. En otros países, la trama de sobornos funcionaba de manera similar, utilizando cuentas offshore y compañías fachada para ocultar el origen ilícito del dinero.
«La corrupción es una larga historia en América Latina. La gente ya no se sorprende, se decepciona», dice María, 42, abogada en Lima. «Pero cada nueva revelación es una puñalada en el corazón.»
El escándalo de Odebrecht ha dejado cicatrices profundas en la vida de millones de personas. En Perú, el caso implicó a expresidentes como Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, así como a Keiko Fujimori. Los sobornos pagados por Odebrecht distorsionaron la asignación de recursos públicos, impidiendo un desarrollo más justo y equitativo.
En Colombia, la Fiscalía investiga los sobornos de Odebrecht a miembros de la campaña presidencial de Juan Manuel Santos y a funcionarios para adjudicar la Ruta del Sol II. En Argentina, Odebrecht confesó el pago de sobornos por 35 millones de dólares entre 2007 y 2014, principalmente a funcionarios del Ministerio de Planificación Federal para obtener contratos de infraestructura.
En México, la trama de Odebrecht alcanzó a la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto en 2012. Emilio Lozoya, director de Pemex, habría recibido 10 millones de dólares de la empresa. En Ecuador, Odebrecht pagó 33.5 millones de dólares en coimas entre 2007 y 2016. El exvicepresidente Jorge Glas fue sentenciado por recibir sobornos de la constructora brasileña.
«Mi hija quiere ser ingeniera, pero a veces me pregunto si vale la pena en un mundo donde los contratos se ganan a base de sobornos», dice Carlos, 56, exfuncionario hondureño. «No sé si alguna vez tendremos una oportunidad justa.»
A pesar de las promesas de combatir la corrupción, en la mayoría de los países salpicados por el caso Odebrecht no se implementaron reformas suficientes para mejorar la transparencia y la rendición de cuentas. Algunos gobiernos han tomado medidas, pero la impunidad sigue siendo una constante.
En Brasil, el escándalo derivó en la apertura de investigaciones penales y la caída de presidentes como Dilma Rousseff y Michel Temer. En Perú, el presidente Pedro Pablo Kuczynski renunció en 2018 en medio de investigaciones por sobornos. Odebrecht llegó a acuerdos con la justicia en EEUU, Brasil, Suiza y República Dominicana.
Sin embargo, en países como El Salvador y Guatemala, las investigaciones avanzan lentamente. Ejecutivos clave de Odebrecht, como Marcelo Odebrecht, fueron condenados a penas de cárcel, pero la sensación de impunidad persiste.
«Es como si la corrupción fuera un fantasma que nunca se va. Siempre está ahí, esperando el momento oportuno para resurgir», dice Luis, 38, periodista en Quito.
El mundo de Odebrecht es un reflejo de un sistema que ha fallado a millones de personas. Las cicatrices del escándalo seguirán visibles en las calles de Lima, Bogotá, Buenos Aires y otras capitales. La esperanza de un futuro justo y transparente sigue siendo un susurro en un viento que lleva las promesas de cambio.
En una región donde la corrupción ha sido una constante, el escándalo de Odebrecht nos recuerda que la lucha contra ella es un camino largo y difícil. Pero, tal vez, es el único camino que vale la pena seguir.
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