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La voz de Luiz Inácio Lula da Silva retumbó en el salón de protocolo del Palacio del Presidente en Yakarta, Indonesia, a más de 16,000 kilómetros de su hogar. Con una energía que desmentía sus 79 años, Lula confirmó este jueves su intención de buscar un cuarto mandato en las elecciones brasileñas de 2026. “Voy a cumplir 80 años, pero pueden estar seguros de que tengo la misma energía que cuando tenía 30. Y voy a disputar un cuarto mandato en Brasil,” afirmó, dando un paso decisivo hacia una larga historia política que ya ha marcado profundamente el siglo XXI.
Lula, el político brasileño más importante de la era moderna, no es ajeno a los escenarios internacionales. Su viaje por el Sudeste Asiático es un claro ejemplo de su estrategia de fortalecer aliados y negociar aranceles. Indonesia, miembro de los BRICS y un valioso mercado, es solo la primera parada. Desde allí, Lula viajará a Malasia para participar en la cumbre de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático). Pero el verdadero objetivo de su viaje es lograr una reunión cara a cara con el presidente Donald Trump, el domingo, en la que esperarán discutir la eliminación de los aranceles del 50% que Estados Unidos impuso a Brasil en agosto.
En los últimos meses, Lula ha ido dejando clara su intención de buscar un cuarto mandato a pesar de su edad. La tarea no es fácil. Hace diez meses, tuvo que ser operado de emergencia por una hemorragia cerebral, secuela de una caída doméstica. “Esas cosas pasan, pero no me detienen,” dice con una sonrisa forzada, tratando de quitarle peso al asunto. Sin embargo, este no fue su primer problema de salud. En 2022 le extirparon un nódulo en la laringe, años después de superar un cáncer de garganta, y en 2023 le colocaron una prótesis de cadera.
“La verdad es que Lula tiene una fortaleza física y mental que muchos jóvenes envidiarían,” opina Ana Silva, periodista política de 35 años y columnista de O Globo. “Pero también es cierto que su estado de salud es un tema que preocupa a muchos. El desafío no es solo político, sino también físico.”
La decisión de Lula no es solo un tema interno. Su ambición de un cuarto mandato se enfrenta a un escenario internacional complejo. La guerra arancelaria con Estados Unidos ha afectado significativamente a la economía brasileña. Trump argumentó que el expresidente Jair Bolsonaro, aliado del estadounidense y jefe de la oposición, era víctima de una caza de brujas. El Supremo, sin embargo, hizo oídos sordos y condenó a Bolsonaro a 27 años por liderar un golpe de Estado en 2022, con planes que incluían asesinar a Lula, el legítimo ganador de los comicios.
“El tarifazo de Trump tuvo un efecto bumerán. Aupó a Lula en las encuestas mientras Bolsonaro, que está en prisión domiciliaria, perdía apoyo popular,” reflexiona Carlos Ferreira, economista de 52 años y profesor en la Universidad de São Paulo. “Gracias a esa coyuntura, Lula vive un momento dulce tras una crisis de popularidad al inicio de este año.”
Lula, metalúrgico y sindicalista antes de entrar en política, fundó el Partido de los Trabajadores en los años ochenta junto a una alianza de sindicatos, cristianos de base e intelectuales. Tras varios intentos fracasados, ganó sus primeras elecciones presidenciales y gobernó Brasil durante dos mandatos consecutivos (2003-2011), con la lucha contra la pobreza como principal bandera. Cinco años después, el PT fue desalojado del poder mediante el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. Durante la década larga que estuvo alejado del poder, Lula vivió el momento más amargo de su vida política: estuvo un año y medio encarcelado, condenado por corrupción en un caso que, años después, fue anulado por el Tribunal Supremo.
En 2022, con 77 años recién cumplidos, obtuvo un tercer mandato al vencer al ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones más reñidas de la historia brasileña. Ganó por menos de dos puntos y sin mayoría parlamentaria. Culminaba así una espectacular resurrección política personal que llevaba a la izquierda de regreso al poder. Y su intención es prolongar su carrera política otro lustro.
Pero la cuestión que queda en el aire es: ¿qué pasa después de Lula? Ni el Partido de los Trabajadores ni la izquierda tienen un candidato que se acerque siquiera a la fortaleza electoral que Lula demuestra en las encuestas. El veterano político nunca ha permitido que surgiera otro dirigente que pudiera hacerle sombra.
“Lula es un líder indomable, pero la democracia necesita renovación. ¿Podrá el PT encontrar un sucesor a la altura?” se pregunta Alberto Ribeiro, politólogo de 45 años y director del Centro de Estudios Políticos de Brasilia. “Es una pregunta que no solo afecta a Brasil, sino a toda América Latina.”
En medio de esta compleja trama política y económica, no podemos olvidar que Lula es un producto de la lucha de las clases trabajadoras en América Latina. Su capacidad de resistir y reinventarse es un espejo para muchos. Pero la pregunta persiste: ¿hasta cuándo la renovación de la izquierda latinoamericana dependerá de figuras carismáticas y veteranas?
Y a pesar de su fortaleza, la sombra de la historia siempre lo accompanies. “Es como si el destino le hubiese dado una segunda, tercera y ahora cuarta oportunidad. Pero cada oportunidad trae consigo un nuevo desafío. ¿Podrá Lula cumplir con las expectativas de su gente una vez más?”
La pregunta que flota en el aire es quién tomará el relevo de Lula. La izquierda brasileña está en deuda con él, pero la democracia demanda nuevas voces. Mientras Lula se prepara para su siguiente batalla, el futuro de Brasil y de su partido sigue siendo incierto.
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