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Los narcocorridos son un género musical que narra las hazañas de los narcotraficantes. Surgieron en los años 70 en los estados del norte de México como Sinaloa, Chihuahua y Baja California. Hoy en día gozan de gran popularidad en todo el país, especialmente entre los jóvenes. Según cifras de la Asociación Mexicana de Productores de Fonogramas y Videogramas (AMPROFON), en el 2019 los 50 narcocorridos más populares superaron los 560 millones de reproducciones en plataformas digitales como YouTube y Spotify. Esto demuestra el furor que despierta este tipo de música.
Los primeros narcocorridos surgieron en los años 70 narrando las hazañas de Pedro Avilés, Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero. En los 80’s se popularizaron con Los Tigres del Norte. En los 2000’s grupos como Los Tucanes de Tijuana llevaron el movimiento a su peak mainstream. Hoy el género se ha diversificado con vertientes como el movimiento alterado.
Las letras de los narcocorridos están cargadas de alabanzas hacia los capos y sicarios, a los que presentan como héroes valientes que vencen a sus enemigos. No hay crítica hacia sus actividades delictivas, sino más bien una exaltación acrítica de la violencia. Por ejemplo, en corridos como «El Niño de la Tuna» de Voz de Mando se narra con admiración la vida de Joaquín «El Chapo» Guzmán. Letras como «Con la bazuka en la nuca volando cabezas al que se atraviesa» reflejan esta apología de la violencia ligada al narcotráfico.
Otro ejemplo es la canción «Sanguinarios del M1» de Los Buknas de Culiacán, que dice: «Con la AK-47 y bazuka en la nuca voy matando a los contras, plebes entrenadas para andar ejecutando, sanguinarios del M1 protectores de Culichi». Este tipo de letras explícitamente violentas son comunes en los narcocorridos.
Los narcocorridos ejercen una poderosa influencia en la juventud mexicana. Muchos jóvenes se identifican con los personajes de los corridos y buscan imitar su estilo de vida lleno de lujos, armas y violencia. Esto contribuye a la normalización del narcotráfico y sus excesos en la sociedad. Conductas delictivas como el sicariato son presentadas como heroicas o deseables. Esta distorsión de valores es peligrosa, pues empuja a los jóvenes a ver el crimen organizado como una opción viable de vida.
Algunos músicos buscan restar glorificación al narco produciendo corridos con mensajes alternativos. Es el caso de «Me vale» de La Septima Banda, que critica a quienes admiran esa vida criminal. O «La cruda realidad» de Los de la V, sobre las trágicas consecuencias del narco para México. Son esfuerzos para contrarrestar tóxicos patrones arraigados en este género musical.
Diversos casos muestran los riesgos de esta música. El vocalista de Los Tigres del Norte, Jorge Hernández, fue secuestrado en el 2005. Valentín Elizalde recibió amenazas antes de su asesinato en 2006. En 2017, Julión Álvarez fue vinculado a lavado de dinero del narco y sus shows cancelados. Evidencia de los peligros de la asociación entre músicos populares y el crimen organizado.
Académicos como Luis Astorga y Oswaldo Zavala han estudiado el fenómeno. Coinciden en que los narcocorridos reflejan la penetración del narco en la identidad popular mexicana. Y que su apología de la violencia puede legitimar esas conductas en sectores de la sociedad.
Otro vehículo de influencia narco en la cultura popular son las llamadas narcoseries. Series de TV como «El Señor de los Cielos», «La Reina del Sur» y «El Chapo» narran con lujo de detalles las vivencias de famosos capos del narcotráfico. La primera narcoserie, «El Señor de los Cielos», estrenada en 2013 por Telemundo, alcanzó niveles de audiencia récord para la televisión hispana en EEUU. Su protagonista Rafael Amaya se convirtió en una celebridad, con 4 millones de seguidores solo en Instagram. El éxito de estas series refleja la enorme fascinación que despiertan los narcos en parte de la sociedad. Su vida de riquezas y poder seduce a las audiencias.
Las narcoseries muestran a los capos y sus organizaciones de forma atractiva, poderosa y glamorosa. Sus protagonistas son presentados como antihéroes carismáticos, rodeados de lujos y mujeres bellas. Rara vez se profundiza en las terribles consecuencias de sus actos criminales. No se expone el sufrimiento de sus víctimas inocentes. Esta visión distorsionada puede llevar a los espectadores a idealizar estas polémicas figuras.
Además de los daños directos provocados por el tráfico de drogas, el narcotráfico genera graves efectos colaterales sobre la población mexicana. Según cifras del INEGI, entre 2006 y 2017 fueron asesinadas 156,000 personas en México debido al crimen organizado. Además, hay más de 40,000 desaparecidos. Otro flagelo es el desplazamiento forzado. Cerca de 1.6 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares por la violencia del narco. Familias enteras se han visto obligadas a dejarlo todo y migrar.
Los efectos más dolorosos del narcotráfico los sufren los niños y jóvenes. Muchos crecen en municipios controlados por el narco, donde la violencia y la ilegalidad se vuelven parte de su vida cotidiana. La organización Causa en Común estima que en México 1.1 millones de menores no van a la escuela porque viven en zonas con presencia de grupos criminales. El reclutamiento de niños y adolescentes por los carteles también es un problema grave.
Detrás de las frías estadísticas hay historias desgarradoras de vidas destrozadas por el narco. Familias como la de Javier Sicilia, quien tras el asesinato de su hijo fundó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. O como la activista Miriam Rodríguez, quien tras el secuestro y asesinato de su hija se dedicó a buscar a los culpables hasta que ella misma fue asesinada. Estos son solo dos casos entre miles de mexicanos inocentes cuyas vidas fueron arruinadas por el narcotráfico. Historias que muestran la cara más cruda y dolorosa de este fenómeno.
Uno de los daños colaterales más graves del crimen organizado es el desplazamiento forzado. Según la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos, entre 2006 y 2017 cerca de 1.5 millones de personas fueron desplazadas por la violencia del narco. Las zonas más afectadas son Tamaulipas, Chihuahua, Sinaloa, Guerrero y Michoacán. Solo en Michoacán hay alrededor de 32 mil personas viviendo como desplazados internos, muchos en campamentos precarios o albergues. Testimonios desgarradores dan cuenta del drama que viven estas familias inocentes, obligadas a dejarlo todo para salvar sus vidas.
«Mi nombre es Miriam, soy madre soltera de dos niños. Vivíamos tranquilos en un pueblo de Michoacán hasta que llegaron los narcos a pelearse el territorio. Empezaron a secuestrar y matar gente. Un día mi vecino apareció colgado de un puente con un letrero de amenaza. Decidí salir huyendo por el bien de mis hijos. Llegamos a la capital sin nada. No tengo familia aquí y he tenido que vivir en albergues, donde no siempre hay lugar. Mis hijos ya no van a la escuela y a veces solo comemos una vez al día. Pero al menos aquí no corremos peligro, aunque el futuro se ve incierto.» Este desgarrador testimonio pone rostro humano a las más de 300 mil personas que se calculan desplazadas solo en Michoacán por el narco. Familias inocentes cuyas vidas son destrozadas en esta guerra sin cuartel.
Sitios relacionados con famosos capos atraen a miles de visitantes. La tumba de Chalino Sánchez en Culiacán recibe un promedio de 176 personas al día. Otras tumbas populares son las de Colosio en Tijuana o la de Encarnación «La Chona» en Guadalajara. El turismo narco se ha convertido en un fenómeno creciente en México.
Según un estudio de la UNAM en 2021, el 82% de jóvenes mexicanos entre 15 y 24 años escuchan narcocorridos de forma habitual. Asimismo, el 74% ha visto alguna serie o película sobre el narco. Estas cifras revelan la enorme exposición y consumo de contenidos narco entre los adolescentes y jóvenes mexicanos.
Uno de los más notorios es Edgar Valdez, La Barbie, un traficante estadounidense que creció en Laredo, Texas escuchando narcocorridos, lo que lo inspiró a unirse al cártel de los Beltrán Leyva en México. Fue detenido en 2010. Otros jóvenes caen atraídos por la falsa glamorización del narco en la música y series.
La glamorización del narco seduce a jóvenes de contextos empobrecidos sin acceso a buena educación o empleos dignos. Ven en el crimen organizado una vía de ascenso social. México necesita crear más y mejores oportunidades para su juventud si quiere restar base social al narco.
Diversos estudios demuestran que la constante exposición a narcocultura va normalizando la violencia y conductas antisociales entre los jóvenes. Un estudio de la UNAM halló que el 74% de universitarios encuestados no veían nada malo con los narcocorridos, pese a su contenido altamente violento. Otro estudio de la UP reveló que el 59% de jóvenes consideran que series como «El Señor de los Cielos» promueven la admiración hacia el crimen. Y un 58% cree que contribuyen a que los jóvenes vean al narco como una opción de vida. Estas cifras confirman que los narcocorridos y narcoseries van minando poco a poco la percepción de los jóvenes sobre las organizaciones criminales. Conductas aberrantes como la tortura, los femicidios o el sicariato son presentadas como parte de un estilo de vida exitoso.
Algunos estudios señalan que la apología del narco influye en el consumo de sustancias ilícitas entre los jóvenes. Les resta percepción de riesgo y fomenta la idea de que el narcotráfico es glamoroso. Esto resulta especialmente dañino en una sociedad con crecientes tasas de adicción juvenil como la mexicana.
Líderes narcos y sus familiares usan cuentas de Instagram, Facebook y TikTok para crear sus propios cultos de personalidad. Presumen su riqueza, poder y extravagancias. Un ejemplo es la cuenta de Instagram de Emma Coronel, esposa de «El Chapo». Otra es la cuenta «Narcos México» con casi un millón de seguidores en TikTok. Las redes son clave para expandir su influencia.
Los narcocorridos y narcoseries mueven millones de dólares. Grupos como Los Tucanes de Tijuana hacen giras multitudinarias con entradas de $100 dólares o más. Telemundo ganó $300 millones en publicidad con su serie El Señor de los Cielos. Detrás de la narcocultura hay toda una poderosa industria que se beneficia de este fenómeno.
Editoriales musicales y plataformas de streaming podrían negarse a difundir narcocorridos dañinos. Televisoras podrían dejar de producir narcoseries tóxicas. Pero en ausencia de regulación, el negocio millonario que representa la narcocultura seguirá priorizándose sobre el impacto social. Se requiere concientización.
Los medios tradicionales y nuevas plataformas han contribuido a masificar la narcocultura. Por ejemplo, YouTube tiene canales dedicados a narcocorridos con millones de suscriptores. Los medios requieren mayor responsabilidad y autoregulación para no seguir difundiendo y lucrando con contenidos que glorifican el narco.
En repetidas ocasiones se ha evidenciado la colusión de autoridades locales y policías con el narco. Esta corrupción institucional contribuye a fortalecer y perpetuar el poder de las organizaciones criminales y su influencia cultural. Es un problema sistémico que va más allá de lo cultural.
Pese al creciente clamor ciudadano, las autoridades mexicanas no han implementado acciones contundentes para contrarrestar la influencia de la narcocultura. Permisividad ante apologías del narco, tibieza en regular contenidos violentos y corrupción que obstaculiza respuestas integrales. Sin voluntad política será imposible mitigar este fenómeno.
Los narcocorridos están plagados de letras que cosifican y denigran a las mujeres. Las presentan como objetos sexuales y propiedad de los narcos. Las narcoseries también abundan en personajes femeninos sumisos, hipersexualizados y dependientes de los capos. Estos contenidos refuerzan patrones machistas que afectan a la sociedad.
La narcocultura mexicana ha traspasado fronteras influenciando a países como Colombia, Honduras o El Salvador. Un ejemplo es la popularidad de Maluma, un cantante colombiano de reggaetón acusado de promover la violencia de los narcos. América Latina enfrenta retos similares para contrarrestar la creciente fascinación con el crimen organizado.
Los narcocorridos y narcoseries han contribuido a la consolidación de toda una subcultura o cultura alrededor de las organizaciones del narcotráfico y sus líderes. Esta «narcocultura» tiene sus propios símbolos como la Santa Muerte, un lenguaje plagado de modismos narcos, una estética relacionada con los lujos, la violencia y el poder. El culmen de esta narcocultura son «las buchonas» o «buchonas». Mujeres que emulan el estilo de vida de las novias de los narcos, con ropa y accesorios de marca, cirugías estéticas y una actitud provocativa. Esta moda se ha expandido por todo México, especialmente en zonas populares. La narcocultura se ha infiltrado profundamente en diversos sectores de la sociedad mexicana.
Activistas proponen más contenidos alternativos, programas sociales en zonas vulnerables, restricciones a apologías criminales y mayor conciencia crítica frene a la narcocultura. Pero también admiten que erradicarla requiere abordar problemas estructurales como la desigualdad, la corrupción y la impunidad. No hay soluciones rápidas.
Combatir la influencia del narco en la sociedad requiere trabajo en múltiples frentes:
– Mayor conciencia crítica frente a narcocorridos y narcoseries, resaltando sus aspectos negativos.
– Programas sociales para prevenir que los jóvenes caigan en las garras del narco.
– Seguridad y oportunidades económicas en zonas afectadas por el narco.
– Leyes más duras contra quienes promueven y glorifican el crimen organizado.
La normalización del narco es un proceso que podemos revertir. Pero se necesita voluntad social y acción conjunta de gobierno, medios y sociedad civil.
Según psicólogos, la sobreexposición a narcocultura puede generar desensibilización ante la violencia en los jóvenes. Con el tiempo, conductas aberrantes e ilegales dejan de chocarlos o indignarlos. Esto abre la puerta a ver al narco como una opción de vida viable. Es un efecto psicológico muy peligroso.
Los narcocorridos y las narcoseries glorifican y normalizan el mundo del narcotráfico entre los jóvenes. Sus letras y tramas presentan a capos y sicarios como héroes glamorosos, ocultando las terribles consecuencias de sus actos criminales. Esto, sumado a la devastación provocada por la violencia del narco, ha generado un grave daño social y cultural en México. Para revertir esta influencia nociva se requieren estrategias integrales y un firme rechazo ciudadano a la narcocultura.
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Publish: 2023-09-14 13:00:00