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La mañana del sábado es fría y húmeda en Yamoussoukro, la capital política de Costa de Marfil. La tensión se palpita en el aire, pero no con la violencia de 2020. Hoy, nueve millones de electores están llamados a las urnas, y el camino de Alassane Ouattara, el actual presidente de 83 años, parece despejado.
Ouattara, quien llegó al poder en 2011, parte como favorito en el mar de incertidumbre. La exclusión de sus principales rivales, Laurent Gbagbo y Tidjane Thiam, y el formidable peso del partido gobernante sobre una oposición fragmentada, son claves en este escenario. No es una elección común; es una demostración de poder.
La verdad detrás de la noticia radica en la exclusión. Gbagbo, expresidente de 2000 a 2011, fue condenado por el saqueo de la sucursal local del Banco Central de los Estados de África Occidental (BCEAO). A pesar de su absolución por crímenes de guerra y contra la humanidad en La Haya, la condena interna le impide presentarse. Por su parte, Tidjane Thiam, líder del Partido Democrático de Costa de Marfil (PDCI), fue excluido por la justicia marfileña, que considera que perdió la nacionalidad en 1987 al adquirir la francesa.
Ambos líderes han denunciado la instrumentalización de la justicia. «Estas elecciones son un golpe de Estado civil,» afirmó Gbagbo, mientras Tidjane Thiam habló de una «maniobra clara para silenciar a la oposición.»
Testimonio 1:
«Es una vergüenza. Hicieron todo para que no haya alternativa,» dice Fatoumata Koné, una abogada de 42 años en Abiyán. «Pero, ¿qué podemos hacer? La gente tiene miedo.»
Los desafíos económicos, como la carestía de la vida y el desempleo juvenil, son los temores más presentes entre los votantes. Según datos del Banco Mundial, el crecimiento económico de Costa de Marfil se ha mantenido entre el 6% y el 7% desde 2011, pero altas tasas de pobreza persisten. Además, la amenaza yihadista en el norte del país, que proviene de Burkina Faso, ha aumentado las preocupaciones de seguridad.
Ouattara justifica su postulación, a pesar del límite legal de dos mandatos, con la necesidad de enfrentar esta amenaza. Para sus rivales, es una maniobra para perpetuarse en el poder.
Testimonio 2:
«Nos dicen que-sdkfjl,» interrumpe con ironía Mohamed Konaté, un joven de 25 años desempleado en Bouaké. «Pero la verdad es que estamos cansados. Queremos cambios.»
Las protestas se han intensificado en los últimos días. La quema de la sede de la comisión electoral en Yamoussoukro, cortes de carreteras y marchas prohibidas han dejado dos muertos, uno de ellos un gendarme. El Frente Unido, formado por Gbagbo y Thiam, ha convocado a boicotear los comicios.
«El clima es tenso, pero no llega a la violencia extrema de 2020,» comenta un funcionario internacional, bajo condición de anonimato. «Aún así, la tensión sigue siendo palpable.»
Tras años de estrecha colaboración con Occidente y el apoyo de organismos financieros internacionales, Costa de Marfil ha comenzado a verse influenciada por la ola antifrancesa. Este año, se inició la retirada de los 600 soldados franceses acantonados en el país. Una señal de que los tiempos están cambiando.
Las elecciones de este sábado no son solo un acto democrático; son un reflejo de las tensiones y descontentos que atraviesan a Costa de Marfil. La reelección de Ouattara parece inminente, pero el camino hacia la estabilidad y el bienestar sigue siendo incierto.
«¿Qué pasará después de estas elecciones?» se pregunta Fatoumata Koné, mientras observa a la gente pasar por las calles de Abiyán. «La verdad es que nadie lo sabe.»
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