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En el silencio de la noche, desde la aldea de Khyber, en la frontera entre Pakistán y Afganistán, se escuchan menos disparos. Los vecinos han acordado un alto al fuego, tras una semana de violencia que dejó heridos y retorcidos los caminos que antes unían las dos naciones.
Pakistan y Afganistán han firmado un acuerdo de cese al fuego en Doha, la capital de Qatar, después de que la tensión en la frontera alcanzara su punto más crítico desde 2021, cuando los talibanes retornaron al poder en Afganistán. Las negociaciones, mediadas por intercesores internacionales, buscaron detener una espiral de violencia que había dejado a ambos países al borde del colapso.
“La situación era insostenible. La violencia no solo afectaba a las fuerzas armadas, sino a civiles que, día tras día, veían cómo sus hogares se convertían en campos de batalla,” explica Javaid Ur-Rahman, un periodista investigativo de The Nation, un diario pakistaní.
El conflicto fronterizo tiene profundas raíces en la historia y la política regional. Islamabad acusa a Kabul de albergar a los combatientes del Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), un grupo armado que ha intensificado sus ataques contra el gobierno pakistán. Los líderes talibanes en Afganistán niegan rotundamente estas acusaciones.
“La frontera entre Pakistán y Afganistán es un caldero de tensiones históricas y políticas. Los acuerdos de paz son solo vendajes temporales en una herida profunda,” sostiene Elizabeth Threlkeld, directora del Programa de Sudási en el Stimson Center.
Para los habitantes de las regiones limítrofes, la violencia no es solo un noticiero lejano. Es la cuerda que tensa cada día, el miedo que no deja dormir y los sueños que se desvanecen.
“Antes, podíamos cruzar la frontera para visitar a la familia. Ahora, cada paso es un riesgo. Mis hijos ya no juegan fuera por miedo a las balas perdidas,” comenta Gulzar, un campesino de 45 años de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa.
En Afganistán, la historia no es muy diferente. “Mi hermano murió en uno de los ataques. No hay palabras para describir el dolor. Pero seguir aquí, resistir, es la única forma de honrar su memoria,” relata Razia, una joven de 28 años de la provincia de Nangarhar.
La firma del acuerdo en Doha ha sido recibida con cautela por la comunidad internacional. Si bien se han sentado las bases para una paz duradera, las dudas sobre las garantías reales persisten.
“Los acuerdos de paz son importantes, pero la verdadera prueba está en su cumplimiento. ¿Qué mecanismos hay para asegurar que los compromisos se respeten? ¿Y cómo se abordan las causas subyacentes del conflicto?” se pregunta Obaidullah Baheer, profesor en la Universidad Americana de Afganistán.
La tregua en la frontera entre Pakistán y Afganistán es un respiro, un momento de alivio en un conflicto que ha dejado cicatrices profundas. Sin embargo, la pregunta que ronda en el aire es: ¿cuánto durará este alto el fuego? La frontera, un laberinto de tensiones históricas y políticas, sigue siendo un territorio incierto.
“El mundo está lleno de promesas de paz, pero el verdadero desafío está en mantenerlas. En la frontera, cada alto el fuego es una promesa de vida que esperamos se cumpla,” reflexiona Gulzar, mientras observa el cielo despejado que ahora, por primera vez en mucho tiempo, no se ve interrumpido por el estallido de las balas.
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