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Lunes, alrededor del mediodía, en el corazón de Roma. El silencio se rompe con el estruendo de una estructura que cede al peso de los años y la renovación. La Torre dei Conti, un remanente del siglo XIII, se desmorona parcialmente. Entre escombros y polvo, tres trabajadores logran escapar, pero uno permanece atrapado. La ciudad, con la mirada fija en el Coliseo, se paraliza.
Octay Stroici, un trabajador rumano de 45 años, era parte de un equipo que restauraba la histórica torre. Después de horas de angustia y un complejo rescate, Octay es trasladado al Hospital Umberto I, consciente. «Hicimos todo lo posible», dice el doctor Marco Bianchi, jefe del equipo médico. «Pero a las 12:20 de la madrugada, se nos escapó entre las manos».
«La verdad es que no nos dimos cuenta de la gravedad hasta que lo vimos», cuenta Esteban Rodríguez, otro trabajador que logró escapar. «Estuvimos gritando, llamando a la policía, a los bomberos. La torre se derrumbó en dos veces, y la segunda nos asustó más. Uno de nosotros, Octay, no salió. Yo traté de ayudar, pero no pude». Esteban, con 30 años y tres en el gremio, se siente culpable. «Nos dicen que todo está seguro, pero en el fondo, todos sabemos que estos trabajos son peligrosos. Octay lo sabía, pero tenía que trabajar».
La Torre dei Conti, situada cerca del Foro Romano, ha sido testigo de siglos de historia. Con 29 metros de altura, es un vestigio de los 50-60 metros que llegó a tener en su apogeo. Terremotos en los siglos XIV y XVII la debilitaron, obligando a demoler sus pisos superiores. Ahora, la tragedia ha vuelto a poner en el centro de la discusión la seguridad en la restauración de monumentos históricos.
Rome Prefect Lamberto Giannini afirma que la operación fue extrema. «No solo teníamos que rescatar a Octay, sino proteger a los rescatistas. Cada intento fallido era un riesgo, y el tiempo corría en nuestra contra». Los esfuerzos iniciales por acceder a través de una ventana del primer piso y dos escaleras fracasaron. Finalmente, un dron proporcionó las imágenes necesarias para localizar a Octay, pero el tiempo no fue suficiente.
Amanda Camargo, turista brasileña de 35 años, pasaba por la zona cuando ocurrió el desastre. «Vi a la gente corriendo, gritando. Los policías trataban de controlar la situación, pero la confusión era total. Cuando vi los escombros, no pude evitar pensar en cuántos siniestros similares han ocurrido en mi país. La historia se repite, y no aprendemos. ¿Cuántas vidas más tenemos que perder para que cambien las cosas?».
El alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, y el Ministro de Cultura, Alessandro Giuli, estuvieron presentes en el lugar. Gualtieri expresó su solidaridad con la familia de Octay y anunció una investigación exhaustiva. «No podemos permitirnos más accidentes. El patrimonio es importante, pero la vida de los trabajadores es sagrada. Tomaremos medidas para evitar que esto vuelva a suceder».
La Torre dei Conti, un símbolo del poder medieval de Roma, ha perdido más que piedras y cemento. Ha perdido un hombre, un padre, un trabajador. Mientras la ciudad se recupera, la pregunta sigue intacta: ¿bajo qué condiciones se realizan estas restauraciones? Octay Stroici no está aquí para responder, pero su historia exige que no nos olvidemos. ¿Hasta cuándo?
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