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En una mañana desértica en Teherán, un vendedor de pescado en el Bazáar Vazirabad despeja sus estantes con manos temblorosas. Las monedas de rial que aún quedan en su caja registradora pesan menos que la angustia que siente por el futuro. “Cuando escuché la noticia, sentí que el aire se escapaba de la ciudad,” dice Mehrdad, de 45 años, mientras ajusta el pañuelo que lleva alrededor del cuello. “No podemos respirar bien desde hace mucho, pero esto es como si nos pusieran una bolsa de plástico en la cabeza.”
El 27 de septiembre de 2025, la ONU reintrodujo las sanciones a Irán, diez años después de que fueran levantadas como parte del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA). Este acuerdo, firmado en 2015, buscaba limitar el programa nuclear iraní a cambio de aliviar las sanciones económicas. Sin embargo, la decisión de reimplantar las sanciones fue liderada por las potencias europeas, que acusaron a Irán de incumplir los términos del pacto.
El contexto histórico detrás de esta medida es complejo. Las sanciones internacionales contra Irán no son nuevas. Desde la Revolución Islámica de 1979, Estados Unidos y sus aliados han impuesto diversas restricciones económicas en respuesta a las políticas nucleares y regionales de Irán. El JCPOA fue visto como un logro diplomático, pero su fragilidad se evidenció cuando Estados Unidos se retiró del acuerdo en 2018, lo que desencadenó una serie de tensiones y enfrentamientos.
Para los iraníes, la reintroducción de las sanciones significa más que un revés político. Es un golpe directo a su bolsillo y a su dignidad. En el hospital Imam Khomeini, en Teherán, una enfermera de 34 años, Laila, explica cómo la falta de medicamentos y suministros médicos ha afectado la calidad del cuidado. “Los fármacos se hacen cada vez más escasos. Los pacientes llegan con dolencias que podrían haber sido prevenidas con un tratamiento adecuado. Pero las sanciones hacen que incluso los medicamentos básicos sean un lujo.”
La crisis económica se refleja en las calles. Los precios de los bienes básicos se disparan, y el valor del rial se desploma. “La gente ya no compra fruta fresca. Lo que antes gastaba en alimentos ahora lo uso para pagar el transporte y los impuestos,” añade Mehrdad. “La esperanza se esfuma poco a poco, como el agua en un charco bajo el sol.”
Ante esta situación, las respuestas de los gobiernos, empresas y organizaciones internacionales son diversas y, a menudo, insuficientes. La comunidad internacional ha expresado su preocupación, pero las acciones concretas son escasas. Estados Unidos, que ya había impuesto sanciones unilaterales, mantiene una postura dura. “No podemos permitir que Irán desarrolle armas nucleares,” declaró el representante del Departamento de Estado, sin ofrecer alternativas viables para mitigar el sufrimiento humano.
Por su parte, las potencias europeas buscan mantener el diálogo, pero su capacidad para influir en la situación es limitada. Organizaciones no gubernamentales luchan por canalizar ayuda humanitaria, pero encuentran obstáculos en las sanciones financieras que dificultan las transacciones.
En el silencio de las políticas y las declaraciones, las voces de los ciudadanos iraníes resuenan con más fuerza. “No entiendo por qué los países más ricos del mundo no pueden encontrar una solución pacífica,” dice Laila, la enfermera. “Nos están castigando a nosotros, que no tuvimos elección en las decisiones del gobierno.”
El mundo está lleno de decisiones que afectan a millones sin que estos tengan voz. En Teherán, las calles siguen llenándose de gente que busca una vida digna pese a las dificultades. Las sanciones no son solo números en una hoja de balance; son vidas que se rompen, sueños que se desvanecen. Y en medio de todo esto, la pregunta persiste: ¿Hasta cuándo seguirán las vidas de los ciudadanos iraníes pagando las deudas de un poder que no controlan?
Esta historia es un testamento a la resistencia y a la humanidad en tiempos de crisis. No hay soluciones fáciles, pero hay historias que merecen ser contadas y recordadas.
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